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Pasos en la arcilla, D. Abreu, Andrés.

Pude haber preguntado a Humberto Díaz Pérez si su obra Sin título que ganara el Gran Premio de la VI Bienal de Cerámica Amelia Peláez fue concebida para ci espacio expositivo que es el Castillo de la Real Fuerza, sede permanente del evento. Pero atiné a no hacerlo, a guardarme la idea de que este creador fue tan suspicaz como para valorar la extradimensión que otorgarían las robustas y antiguas paredes de la fortaleza a su disertación acerca de la cerámica instalada sobre barro y vídeo. He vuelto a recorrer el salón una vez rebasados los alegrones y rumores que sus premios despertaran, y me encuentro que al mirar a través del espacio abierto por el prisma ausente, ya no estaba aquel otro ladrillo devuelto, desde lo virtual, por las técnicas audiovisuales. Por simple desconexión eléctrica no pude reobservar lo que a los extrañados se mostraba después de hurgar. Ante lo inconcluso de la obra en el retorno, asumí su disfrute desde un estado irreal mayor. La abstracción fue esta vez más amplia, como el éxtasis de hallar las esencias de esta pieza, mayor. El artista conformó desde la cerámica su conceptualización creativa, que parte de la contraposición de una estructura elemental y rústica del barro, y la avanzada realización de técnica e intelecto que supone la imagen audiovisual, con el arte y la tecnología entonces en los extremos. Las paredes de ladrillo estáticas encerrando a uno de sus elementos, libre al movimiento en otra dimensión estético—espacial, entrañan un acto de cuestionamiento inteligente y refinado sobre el propio arte, el progreso y las ideas. Contemporáneo, pro-instalacionista, ilimitado en ínterlenguajes y apropiaciones de recursos para expresar resultados de un proceso pesquisioso. Debate intra y extracorpóreo con respecto a una época de resistencia ante los campanazos de un arte póstumo. Posmodernismo, fluidez y/o ruptura. Prefiero fabular que fue a partir de esta obra y sus postulados que el jurado marcó criterios a la hora de decidir los restantes premios en esta edición de la Bienal. De ahí que el resultado de los elegidos muestre una clara derivación hacia un rejuego sopesado de aquellos códigos y principios discursivos. Al recorrer las salas, usted, corno antes los miembros del jurado, se sorprenderá localizando a los capaces de actos tan sutiles de elaboración. Se encontrará con En espera de la lluvia a espaldas de los dioses (Tercer Premio compartido) un empotramiento, en caras opuestas, de un buen número de recursos industriales, artesanales y decorativos, corno iconos significativos de lo místico y lo real en la urgencia del agua para el hombre, punto a las tantas otras connotaciones que este primer indicio reporta. Casi parte el alma En espera.... pero la mesura del artista Jorge Ferrero de Armas no permite que nos arrastre el desconsuelo ni la lástima, y nos pide mirar mas allá, del otro lado, y más lejos sobre los porqués de las carencias. Otro tanto suscita Óptica de una utopía, de Eugel Díaz Rodríguez (Premio de opera prima). Sus ojos alcanzaron a percibir esos otros enfermos por el mercado, en una reflexión acerca de cómo las fiebres del consumo destruyen la utopía del hombre. Pieza que debió instalarse a una mayor altura visual, para propiciar el acercamiento a su excelente formulación desde el contraste de colores y significados pictóricos, que varían la bidimensionalidad de los planos que conforman las figuras tridimensionales. Otro ejercicio, por cierto, de disolución de fronteras entre la escultura, la pintura y la cerámica, ahora meras sustancias de expresión. Cerca del tema en otra sala se crecía Consumo por el cielo, obra que valió el Segundo Premio ex aequo a Carlos Alberto Rodríguez y que sorprende a partir de una posición más asimiladora de lo decorativo. El acabado de la nube sobre la que se acomoda placenteramente el ángel apunta hacia códigos clásicos de la belleza, como todo el resto de la pieza, salvo pequeños rastros de inconformidad dejados en las figuras que juegan con un anacronismo evidente sobre el ángel. Un símbolo del consumismo de hoy llegó a las nubes, ya partir de ahí se advierte y subvierte el sentido crítico de la propuesta. Continúan de algún modo esos criterios de representación piezas como Prisioneros del Sheol (Segundo Premio ex aqueo), que genera un conjunto surrealista con elementos cerámicos y no, más la escritura sobre piedra, sin que por ello se distorsione el discurso: Lo más inquietante (Primer Premio), que oponía esculturalmente modos representativos de estructuras sociales, aunque sin dejar de repetirse en el uso de algunos signos, y A la sombra de la luna (Premio Especial del Jurado) por atractiva abstracción estética. Litera de los siete pecados capitales fue una de las obras que pudieron llegar más lejos. Con su excelente intertextualización de conceptos universales, y su revalorización para la denuncia de las actitudes del mundo que corre hoy, David Velásquez convirtió a los círculos dantescos en los rectangulares pisos de una litera, e involucró nuevas actitudes de la sociedad contemporánea en el enjuiciamiento de los errores capitales. Con un mejor manejo artístico y visual de sus figuras pecaminosas, el jurado se hubiese visto en la obligación de concederle un lugar en el paraíso de los premios. Lástima que no todos los envíos encontraran el acierto investigativo o el camino constructivo adecuado para esa necesaria apertura de la cerámica al entramado de la contemporaneidad. Por ello, piezas como El pensar, Modelos N.l, Del otro lado y Sentimientos ocultos detienen el paso para luego dejar en la espera, en lo que otras realizaciones como Circo perfecto, Puedes probármelo. Escaleras que no conducen al cielo, Concierto D2 y Poética, ni siquiera invitaban al detenimiento. Tampoco convencían esta vez los creadores que trabajaron sobre murales y platos, donde al parecer se hizo más difícil desconstruir una iconografía exacerbada en los valores de la tradición y los precedentes exitosos. Algunas vasijas, como las de Rafael González, .Ángel Hernández y Julián González probaron suerte en el mestizaje de materiales y el reto de expresarse más allá del carácter de los recipientes, pero hasta ahí. La VI Bienal de Cerámica tuvo la opción de ser más rigurosa en cuanto a la idea, respetada por sus organizadores y defendida por el jurado, de exaltar los paradigmas que comprometen lo novedoso en los inicios de este siglo. Un siglo que nació abogando por la humanización y mundialización de todo en medio de la preponderancia de posiciones violentas. Entonces esa tolerancia, por lo general característica de este tipo de eventos en cualesquiera de sus versiones dentro de las artes plásticas, pudiera reconocerse como una licencia que permite compartir espacio entre los que siguen unos u otros caminos, y resume la pluralidad de acotaciones que revelan la marcha de la cerámica nacional. Después de recorrer las cuatro salas, recordé que una pieza del maestro Alfredo Sosabravo y otra de Nelson Domínguez se mostraban fuera de concurso. Disfruté la satisfacción de hallar también esas manos con la suficiente experiencia y talento como para trazar continuidades en el arte cubano del barro. Pero, y en lo que sigue incluyo la mayor gratitud, me complació sobremanera que tales mareas inspiraran el laberinto de pasos sin estropear la búsqueda inicialmente advertida por el ladrillo rojo que estremeció a tantos visitantes y hasta a algunas piedras del Castillo de la Real Fuerza.