No es por casualidad sino por causalidad que Humberto Díaz expuso otra vez (desde mayo hasta agosto) en el Castillo de la Real Fuerza de La Habana, construcción patrimonial del siglo XVI que hospeda al museo nacional de la cerámica cubana. En las salas permanentes de este muestrario de técnicas y figuras artísticas de la segunda mitad del siglo XX, se transitaba desde la vasija modelada y/o pintada por artistas como Wifredo Lam o Amelia Peláez hasta obras con sentido de instalación (como las concebidas por Ángel Norniella a inicio de los años 80), pasando por otras de carácter mas bien escultórico. Y sus salas transitorias mantenían esa colección en sostenido dialogo con la creación cerámica cubana mas reciente, a través de muestras individuales y/o colectivas realizadas por consagrados o emergentes profesionales o estudiantes. Pero ninguna exposición como su Bienal de Cerámica “Amelia Peláez” le toma tanto el pulso a la producción actual, que resulta proteica en sus formas de abordar la cerámica. Esta superó el sentido ortodoxo o limitante de manifestación y designa simplemente a las maneras de trabajar con el barro, la arcilla. Se difuminan así las fronteras entre la alfarería y la cerámica, entre lo práctico utilitario y lo plástico expresivo. Fue con una “videoinstalacion cerámica” que Humberto Díaz (1975), estudiante del Instituto Superior de Arte (ISA), obtuvo el Gran Premio en la VI edición de esa muestra-concurso el año pasado. Entre los bloques de piedras conchíferas del Castillo, aquel recinto interior levantado con ladrillos por el joven artista causaba un cierto extrañamiento. No solo por el contraste de los materiales constructivos, sino, sobre todo, porque en la nueva estructura faltaba un ladrillo, el cual parecía flotar en el interior oscuro. Gracias a la imagen proyectada internamente por un video, la unidad “ausente” giraba, díscola, en diferentes direcciones. ¿(Auto) segregación o destierro? De cualquier modo: aislamiento. Separada, desprendida del conjunto, la parte se revelaba autónoma. Subrayaba su diferencia mediante un contrapunteo entre lo estático y lo cinético lo “real” y lo “virtual”, lo tangible y lo inasible, la tradición morfológica y la innovación tecnológica. Un modo similar de construir empleo Humberto Díaz en Movimiento Perpetuo, su primera exposición personal en el Castillo… y la segunda vez que en el expone. En esta ocasión los ladrillos describian in situ una espiral centralizada por un televisor que, en virtud de un circuito cerrado, reproducía, en sentido giratorio alterno, a esa figura geométrica y a las personas inscritas en ella, tomadas desde lo alto. En este caso, la perspectiva y el alcance del voyeurismo cambia. Ya no se fisgonea en busca de la parte “que falta”. Ahora, todo el conjunto se mira así mismo y mientras lo aprehende, el espectador se mira también, como elemento que se mueve ad libitum dentro de las pieza y pasa a formar parte de ella, interactuando con ella, modificándola, si bien de modo efímero, transitorio. Pero sigue siendo una relación dialéctica, de unidad y lucha de contrarios. El sentido de observación (¿vigilancia?), del mirar (se), de la acción-reacción, estaba presente en otras obras de la muestra (las “columnas”, según las denomina el artista en metafórica alusión a esa forma arquitectónica, pues las suyas no estaban erigidas con ladrillos, sino con tuberías de barro). No obstante, son componentes igualmente prefabricados, superpuestos uno sobre otros. Alcanzan diferentes alturas, conforman diferentes niveles de acceso, comportan diferentes posibilidades para ver el fondo, el “espejo de agua” que despide reflejos y refleja a quien logra asomarse. Son abstracciones de columnas que, en su potencialidad de crecimiento, recuerdan a La columna infinita de Brancusi. Pero, al mismo tiempo, son formas cerradas que compulsan a recorrerlas circularmente. Aparece otra vez el sentido del movimiento a través del círculo, el del perenne retorno. La serpiente se muerde la cola en esas “columnas” que, aisladas, pueden ser tomadas por escultura. Más, al mismo tiempo, son unidades de un conjunto instalativo bien integrado en función del espacio y las relaciones dialógicas. Como algunos artistas formados en el ISA, Humberto Díaz explota las posibilidades plástico-expresivas de la cerámica, utilizándola como recurso para sus instalaciones, generando una suerte de “instalacionismo cerámico”, al partir del relativo predominio de la intención semántica. Los cultores de esta modalidad muestran hacia la cerámica una actitud más bien inclusivita, transgreden las limitaciones disciplinarias y vuelven al oficio (alfarero) para discursar desde la tradición revisada. Pero, a diferencia del resto, Humberto Díaz no elabora sus piezas cerámicas. Él, que había impartido talleres de cerámica incluso antes de ingresar al ISA, recurre a unidades prefabricadas por otros, estandarizadas. De modo que el parámetro, l molde (industrial y/o manufacturado), es una apoyatura de sus creaciones, en las que suele estar incorporado el factor performático. Y esto último no es tampoco casual, pues el performance es otra de sus maneras de expresión artística, como miembro del colectivo DIP (Departamento de Intervenciones Públicas), grupo de estudiantes del ISA que será uno de loa invitados oficiales de la VIII Bienal de la Habana.