La propuesta es sencilla y compleja a la vez: obras integradas que conforman una obra mayor, diferente de aquellas salas que estamos acostumbrados a disfrutar, porque envuelve al espectador en las interioridades de un espacio en el cual imagen y arquitectura, inicialmente, concurren gracias al azar prodigado a cuatro manos llenas de imaginación. Humberto y Analía actúan sobre el ámbito de la galería al irrigar sus paredes y piso, sus techos, con ciertas luces y rayos, con huellas animales, espejos… en fin, todo lo relacionado con la fugacidad de las cosas, absorbidos y entregados ambos a la pura insinuación y al sentido de lo efímero, cuyos cuerpos y significados dotaron de sombra, de regiones no tan transparentes, de la densidad ideal. El espectador entrará en el reino silencioso del concepto que gravita desnudo, sin ropajes antiguos ni frivolidades modernas: paseará su alma entre sensaciones dictadas por una voluntad de sentidos y emociones poco habituales en el arte contemporáneo más reciente, dado a la fanfarria y a la hueca originalidad, envejecido a veces de tanta ignorancia y desinformación. La experiencia artística propuesta por estos dos creadores va más allá del culto a las formas y los materiales, de los soportes y las estructuras para diluirse en un ámbito de resonancias históricas donde la memoria afectiva adquiere su peso. Algo nos dice que allí estuvimos, que la experiencia es tan nuestra como de ellos porque el Tiempo es una de las materias constitutivas de esta exposición: tiempo real y virtual sin mediaciones de alta tecnología, como el de James Joyce en aquel día de Dublín a principios del siglo XX o uno de los tantos de Alejo Carpentier en La Habana del siglo XVIII. Lo que nos une a todos, lo que nos configura en ansiedades y temores, en esperanzas y frustraciones, en medios y fines, ese inexorable paso del Tiempo a través de las horas sucesivas que fijan el día y la noche como un enemigo rumor que nos persigue incesante. Día y noche estructuran el paisaje de la vida en delicadas líneas que el arte de estos jóvenes creadores convierte en sensaciones en constante movimiento, hastiados de tanto óleo, tintas, pasteles, telas, piedras, metales, barro, vidrio, papel, a lo largo de su Historia. Prefieren la imagen atrapada en lo profundo de la emoción y el intelecto: caras preciosas de una moneda no apta para el cambio sino para todos los sueños posibles que ellos proyectan sobre las paredes de la galería atrapada ahora en una atmósfera mágica y misteriosa donde asoman el ojo de Rene Magritte, la velocidad de Giacomo Balla, los contactos físicos de Jesús de Soto, las transfiguraciones poéticas de Hill Viola. Más allá de las imágenes”visuales”, Humberto y Analía decidieron atravesar los espejos de Alicia para descubrirnos una singular escenografía donde habitan referencias rurales y urbanas, puentes soñados, escaleras: palabras, frases si se quiere, de un rico texto literario capaz de contenerlo casi todo. Su obra, por tanto, no se ciñe exclusivamente al reino de la imagen física sino a la imaginación, aguijoneada desde que entramos en el espacio que la Gran Costumbre- tantas veces espoleada por Julio Cortázar -edificó para exhibir lo que comúnmente se conoce como”arte” y donde navegan a sus anchas la poesía, la prosa, el teatro, la arquitectura, la televisión, el cine: modesta summa de expresiones que ellos han concertado en pocos metros cuadrados. Sin petulancia ni tontas pretensiones, la nave de ellos va, como la de Federico Fellini.